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Jesús
¿Mito
o Historia?
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Nancy Weber de Vyhmeister
Hay quienes se preguntan si el Jesús de la fe es el mismo Jesús de la historia. Tal vez, sugieren otros, Jesús es un mito o acaso una invención motivada por la fe. ¿Será que debemos rechazar al Jesús histórico como una leyenda inventada por los cristianos?
Durante los primeros siglos de la era cristiana, no se dudaba que Jesús fuera un personaje real e histórico. Tanto los creyentes como los incrédulos aceptaban que Jesús había vivido y muerto en Palestina. A principios del siglo V, San Agustín preparó una Armonía de los Evangelios para defender a los autores de los Evangelios de la acusación de “total falta de veracidad”. Al mismo tiempo, admitió que el orden de los acontecimientos narrados y los discursos registrados podrían haber sido reconstruidos. Aun así, para Agustín el Jesús de la historia y el de la fe eran básicamente la misma persona.
La búsqueda del Jesús histórico
La así llamada “búsqueda del Jesús histórico” comenzó en serio con Hermann Reimarus (1694-1768), quien se propuso encontrar al Jesús que había existido antes de que la iglesia lo recubriera y ocultara con dogmas. Reimarus llegó a acusar a los discípulos de inventar los milagros y la resurrección para no tener que volver a dedicarse a la pesca. Sus escritos causaron consternación entre los creyentes e interés entre los investigadores.
En el siglo XIX, F. J. Baur (1792-1860), usando como método la crítica histórica, llegó a la conclusión de que “la posición que tomemos acerca de la resurrección tiene poca importancia para la historia”. Lo que sí importaba era que los apóstoles creían que la resurrección había ocurrido.
Albert Schweitzer, quizás mejor conocido por sus 40 años de obra médica en África y su premio Nobel de la Paz en 1952, opinó sobre el tema en su libro La búsqueda del Jesús histórico, publicado en inglés en 1910. Allí Schweitzer criticó a los eruditos que, a su juicio, habían convertido a Jesús en una “figura diseñada por el racionalismo, dotada de vida por el liberalismo y vestida por la teología moderna con un manto histórico”. A pesar de su creencia personal en Jesús, Schweitzer concluyó que ya no existía fundamento histórico para el cristianismo. Para él lo importante no era “Jesús como se lo conoce en la historia, sino Jesús resucitado espiritualmente dentro de los hombres”.
En el siglo XX, Rudolf Bultmann (1883-1976), que había sido educado en el liberalismo y el escepticismo, afirmó que “no podemos saber casi nada acerca de la vida y la personalidad de Jesús, ya que las primeras fuentes cristianas no muestran interés en ninguna de las dos y son, además, fragmentarias y con frecuencia legendarias”. Para Bultmann, los milagros de Jesús eran “leyendas”; sus dichos, “típicos” pero no auténticos. La iglesia, y no Jesús, le había dado significado a su muerte.
Siguiendo la dirección de Bultmann, el “Seminario sobre Jesús”, un grupo de 74 estudiosos, la mayoría de ellos profesores en universidades norteamericanas, se reunió durante varios años, a partir de 1985, a fin de preparar una versión erudita de los cuatro Evangelios canónicos y el apócrifo Evangelio de Tomás. Estudiaron 1.500 dichos de Jesús, y votaron luego sobre la supuesta autenticidad de cada uno. Su veredicto fue que el “ochenta y dos por ciento de las palabras atribuidas a Jesús en los Evangelios no fueron pronunciadas por él”. En cuanto a los milagros, su posición era similar a la de Bultmann: “El Cristo del credo y del dogma…ya no puede ser aceptado por quienes han visto los cielos a través del telescopio de Galileo”. El co-fundador del seminario, John Dominic Crossan, afirmó que Jesús “no curó enfermedades ni era capaz de hacerlo” y que nadie puede “traer a los muertos de vuelta a la vida”. El relato de la resurrección de Cristo incluye más “trances y visiones” que realidad. Crossan señaló que la historia de la resurrección dice más acerca del origen de la autoridad cristiana que del origen de la fe cristiana. Para Marcus Borg, participante en el seminario, “la historia del Jesús histórico concluye con su muerte un viernes del año 30 d.C.”. Sin embargo, acepta que el Señor se apareció a sus seguidores “en una forma nueva a partir del domingo de Pascua” y que desde entonces lo experimentaron como “una realidad viviente”.
¿En qué se ha basado esta “búsqueda”? En buena medida, en el racionalismo, el naturalismo y la crítica, que pasaron de la filosofía a la teología a partir del siglo XVII. Una importante presuposición racionalista —que no existen milagros— llevó a los que estuvieron involucrados en esta “búsqueda” a concluir que buena parte de lo que se lee en los Evangelios es ficción.
¿Puede una teología fundamentada en tal posición ser aceptable para quienes creen en la veracidad de la Biblia? Evidentemente, no. Existe suficiente evidencia para que el creyente afirme la historicidad de Jesús y la veracidad de los Evangelios. La evidencia presentada en este artículo incluye referencias literarias, bíblicas y arqueológicas.
Referencias a Jesús
en documentos no cristianos
Fuentes literarias judías
Josefo, el historiador judío (aproximadamente del año 37 al 100), se refiere a Jesús dos veces en sus Antigüedades de los judíos. La primera mención es tangencial a su presentación de las actividades del sumo sacerdote Anano, en torno al año 62. Afirma que Anano “reunió al sanedrín de los jueces y presentó delante de ellos al hermano de Jesús, llamado el Cristo, cuyo nombre era Santiago, y a algunos otros, y cuando hubo formulado una acusación contra ellos como quebrantadores de la ley, los entregó para ser apedreados”. El pasaje muestra un punto de vista no cristiano al decir que era “llamado” Cristo. Si el autor hubiese sido cristiano, habría designado a Santiago como “hermano del Señor”.
En las mismas Antigüedades (libro 18) aparece el debatido “Testimonium Flavianum” en un pasaje que describe a Pilato, quien condena a muerte a Jesús. El libro 18 de las Antigüedades sólo se encuentra en tres manuscritos griegos, el más antiguo de los cuales es del siglo X. En la forma como aparece allí, el pasaje no parece haber sido escrito por un judío. “Vivió por este tiempo Jesús, un hombre sabio, si acaso se le puede llamar hombre; porque era hacedor de obras maravillosas, maestro de quienes reciben la verdad con placer. Atrajo a muchos judíos y también a muchos gentiles. Él era [el] Cristo. Y cuando Pilato, por indicación de los principales entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que en un principio lo habían amado no lo abandonaron; porque apareció ante ellos de nuevo al tercer día; así como lo habían predicho los profetas divinos, junto con diez mil otras cosas maravillosas acerca de él”.
En 1971 se publicó en Israel una versión árabe del libro 18, donde se encuentra el “Testimonium Flavianum”. El texto difiere mucho de la versión griega: “En este tiempo hubo un hombre sabio llamado Jesús. Su conducta era buena y se lo conocía como virtuoso. Muchos de los judíos y de otras naciones se hicieron discípulos de él. Pilato lo condenó a morir crucificado. Pero los que se habían hecho discípulos de él no abandonaron el discipulado. Informaron que se les apareció tres días después de su crucifixión y que estaba vivo; por lo cual podría haber sido el Mesías, acerca de quien los profetas escribieron maravillas”.
Las diferencias entre las dos versiones del pasaje sugieren que la versión griega incluye añadidos cristianos. Sin embargo, no hay duda de que Josefo mencionó la crucifixión de Jesús.
El Talmud de los judíos, redactado en dos formas, en Babilonia y en Palestina, por el siglo V, contiene enormes cantidades de tradición oral comunicada de rabino a rabino. Si bien a Jesús se lo menciona en forma peyorativa en varios pasajes, nos interesa una declaración: “En vísperas de la pascua Yeshu fue colgado. Por cuarenta días antes de la ejecución, un heraldo salió y proclamó, ‘Él será apedreado porque ha practicado la hechicería y ha seducido a Israel a la apostasía. Quienquiera pueda decir algo a su favor que se adelante y lo defienda’. Pero como nada se presentó en su favor fue colgado en vísperas de la pascua”.
Este pasaje concuerda con los Evangelios en que Jesús fue ejecutado en vísperas de la pascua; sin embargo, lo de los cuarenta días es ajeno al relato bíblico. Es interesante que según la costumbre judía Jesús debía ser apedreado por seducir a Israel a la apostasía. Por otra parte fue “colgado”, posiblemente siguiendo órdenes romanas. En todo caso, Yeshu aparece como personaje histórico que tuvo un impacto marginal en la historia judía.
Fuentes literarias paganas
Una de las más antiguas menciones de Jesús en documentos paganos aparece en una carta escrita por Mara bar Sarapión. Este estoico sirio había sido encarcelado en Roma (probablemente a fines del siglo I), y le escribía a su hijo para animarlo a buscar la sabiduría. Menciona a Sócrates, Pitágoras y al “sabio rey” muerto por los judíos. Ninguno de ellos en realidad había muerto porque cada uno había dejado un legado de sabiduría. El “sabio rey” vivía “por causa de la nueva ley que ha dado”. Si bien no da el nombre del “sabio rey”, no se duda de que se refería a Jesús.
Cuando Plinio llegó a ser gobernador de Bitinia y Ponto a comienzos del siglo II, escribió a Roma pidiendo instrucciones. Uno de los asuntos que le preocupaba era qué hacer con los cristianos. En una de sus cartas menciona dos veces a Cristo. Informa que cualquiera que fuera acusado de ser cristiano podía repudiar la acusación con sólo ofrecer incienso a los dioses y al emperador y blasfemar el nombre de Cristo. También dice que el culto de los cristianos se hacía antes del amanecer e incluía la recitación de palabras dirigidas a “Cristo como a un dios”. Esta carta, escrita por el año 112 no añade gran cosa a lo que ya se sabe acerca del culto y las creencias de los cristianos. Sin embargo, corrobora la existencia de cristianos que seguían a Jesús.
El historiador romano Tácito (aproximadamente 55-117 d.C.) escribió treinta libros sobre acontecimientos transcurridos del año 14 al 96 del siglo I. Desgraciadamente, faltan los que se refieren a los años 29 al 32. Sin embargo, su narración del gran incendio de Roma (64 d.C.), del cual Nerón culpó a los cristianos, contiene referencias a los cristianos y a Cristo. “En consecuencia, para deshacerse de este informe [de que él mismo había mandado incendiar la ciudad], Nerón culpó e infligió las más horribles torturas a un grupo odiado por sus abominaciones, llamados cristianos por el pueblo. Cristo, en quien se originó ese nombre, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio, por manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato”. Tácito continúa afirmando que el cristianismo era una “superstición maliciosa”, que había comenzado en Palestina y se había extendido a Roma. Su tono despectivo indica que este pasaje no fue una interpolación cristiana. Tácito aceptaba a Jesús como figura histórica.
Luciano de Samosata, escritor satírico del siglo II, se burla de los cristianos y de su fundador: “Los cristianos, bien sabéis, adoran hasta hoy a un hombre, el distinguido personaje que introdujo sus ritos novedosos y fue crucificado por ello”. Los cristianos, afirma, “adoran al sabio crucificado y viven según sus leyes”.
Evidencias bíblicas
Como creyente, encuentro razones para considerar que las fuentes bíblicas proporcionan un testimonio confiable acerca de la historicidad de Jesús. Para comenzar, hay casi total acuerdo entre los eruditos de que el Nuevo Testamento se completó antes del final del siglo I. Las tradiciones más antiguas afirman que Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron los autores de los Evangelios. Mateo y Juan fueron discípulos de Jesús. Marcos y Lucas estaban separados sólo por un paso de los acontecimientos que narraron. Papías de Hierápolis (comienzos del siglo II) afirma que Marcos era el “intérprete de Pedro” y que redactó el relato de los eventos que le hizo Pedro, no necesariamente en el orden en que ocurrieron, pero con la mayor precisión posible. En torno al año 185, Ireneo declaró que Lucas, apóstol junto con Pablo, había escrito un Evangelio que proporcionaba detalles de la historia de Jesús que no aparecían en los otros tres. Además, los otros libros del Nuevo Testamento dan por sentada la historicidad de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Pablo hasta menciona la existencia de testigos de estos acontecimientos (1 Corintios 15:5-8).
Las referencias a fechas y gobernantes en el Evangelio de Lucas, si bien no están totalmente libres de problemas de interpretación, proporcionan evidencia de la proximidad del autor a los hechos. El que Lucas haya usado (en 3:1-3) el estilo greco-romano de presentar su información indica claramente su intención de mostrar la historicidad de su escrito.
El papiro John Rylands (P52), encontrado en Egipto, contiene un fragmento de Juan 18. Data de comienzos del siglo II, lo que confirma que los cuatro Evangelios fueron redactados antes de fines del siglo I. El papiro Bodmer (P66), también del siglo II, conserva grandes porciones del Evangelio de Juan en forma de libro. Otros papiros de fines del siglo II o comienzos del III se suman a la evidencia de que los Evangelios, tales como los conocemos hoy, existieron desde fecha muy antigua.
Poco después del descubrimiento de los papiros Chester Beatty, Sir Frederic Kenyon afirmó en 1930: “El resultado neto de este descubrimiento…es, en efecto, la reducción del lapso entre la data de los más antiguos manuscritos y las fechas tradicionales de redacción de los libros del Nuevo Testamento, de modo que esa separación se torna insignificante en la discusión de su autenticidad. Ningún otro libro de la antigüedad goza de tan antiguo y abundante testimonio con respecto al texto y ningún erudito imparcial puede negar que el texto que hoy tenemos es esencialmente confiable”.
Ningún otro documento de la antigüedad cuenta con manuscritos que datan de fecha tan cercana a su redacción original. Por ejemplo, el más antiguo y único manuscrito de los primeros libros de los Anales de Tácito, escritos a principios del siglo II, nos viene aproximadamente del año 1100. El manuscrito más antiguo de la Ilíadade Homero es de unos 400 años después de que se escribiera esa épica. La biografía de Alejandro Magno, escrita por Plutarco y considerada por los historiadores como digna de confianza, fue escrita más de cuatro siglos después de la muerte de Alejandro. El más antiguo manuscrito de La Guerra de las Galias, es una copia del año 900, casi mil años después que Julio César redactara esa historia.
Evidencias arqueológicas
Si bien los descubrimientos arqueológicos, con la posible excepción del osario de Santiago, publicitado a fines del año 2002, no se refieren específicamente a Jesús, corroboran varios elementos de los relatos de los Evangelios. Algunas construcciones, como la sinagoga de Capernaum y el estanque de Betesda en Jerusalén, han sido excavadas e identificadas. También se han hallado y estudiado monedas que aparecen mencionadas en los Evangelios. Los huesos de un tal Yehohanan, encontrados en un osario judío, muestran los efectos de una crucifixión: un clavo de 20 cm todavía atraviesa los huesos de su tobillo.
La arqueología ha demostrado que Poncio Pilato era procurador romano en Jerusalén en tiempos de Cristo. Aún más, algunas monedas fechadas entre los años 29 y 31 llevan su nombre, junto con símbolos religiosos romanos, corroborando así los relatos de su mala voluntad para con los judíos.
Conclusión
Se desconoce la fecha exacta del nacimiento de Cristo; sin embargo, su nacimiento ha dividido la historia humana en dos: antes y después de Cristo. Si no hubiera base histórica para la vida de Jesús, eso difícilmente habría ocurrido.
Los seguidores de Jesús fueron transformados: Pedro, el cobarde, se convirtió en un valiente apóstol; Juan el amado escribió con toda convicción: “Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis” (Juan 19:35, RVR). A lo largo de los siglos, los incontables mártires se sometiron a la muerte por sus convicciones cristianas.
La iglesia cristiana, a pesar de sus defectos, ha basado su proclamación y su servicio en la realidad histórica de Jesús. El Jesús de la fe emerge del Jesús de la historia, sin el cual la fe cristiana no sería más que una ilusión.
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Nancy Weber de Vyhmeister (Ed. D., Andrews University) es profesora jubilada del Seminario Teológico de la Universidad de Andrews, donde se desempeñaba como profesora de misiones y técnicas de investigación, y redactora de la revista Andrews University Seminary Studies. Este artículo se basa en un capítulo de The Essential Jesus, editado por Bryan Ball y William Johnsson (Pacific Press, 2002).
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Referencias
1. Augustine, The Harmony of the Gospels 1.7, 2.12.
2. Hermann Reimarus, On the Goal of Jesus and His Disciples (Leiden: Brill, 1970), p. 41.
3. F. C. Baur, The Church History of the First Three Centuries (London: Williams y Norgate, 1878), Vol. 1, pp. 42, 43.
4. Albert Schweitzer, The Quest of the Historical Jesus (New York: Macmillan, 1959), pp. 398, 401.
5. Rudolf Bultmann, Jesus and the Word (New York: Scribners, 1958), pp. 8, 107, 108.
6. Robert W. Funk, Roy W. Hoover, y el Jesus Seminar, The Five Gospels: The Search for the Authentic Words of Jesus (New York: Macmillan, 1993), p. 5.
7. John Dominic Crossan, Jesus: A Revolutionary Biography (San Francisco: Harper San Francisco, 1994), pp. 82, 95.
8. Ibíd., p. 190.
9. Marcus J. Borg, Jesus: A New Vision: Spirit, Culture, and the Life of Discipleship (San Francisco: Harper Collins, 1987), pp. 184, 185.
10. Josephus, Jewish Antiquities 20.9.1.
11. Josephus, Jewish Antiquities 18.3.3.
12. Shlomo Pines, An Arabic Version of the Testimonium Flavianum and Its Implications (Jerusalem: Israel Academy of Sciences and Humanities, 1971); texto tomado de James Charlesworth, Jesus within Judaism: New Light from Exciting Archaeological Discoveries (New York: Doubleday, 1988), p. 95.
13. The Babylonian Talmud (London: Soncino, 1935), 27:281.
14. John P. Meier, A Marginal Jew (New York: Doubleday, 1991), 1:76-78.
15. Tacitus, Annals 15.44.
16. Lucian, The Death of Peregrine 11-13.
17. Citado en Eusebius, Church History 3.39.
18. Irenaeus, Against Heresies 3.14.1-3.
19. Kurt Aland y Barbara Aland, The Text of the New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1989), pp. 83-102.
20. Frederic Kenyon, The Bible and Modern Scholarship (London: John Murray, 1948), p. 20.
21. En el osuario se lee: “Santiago, hijo de José hermano de Jesús”. Ver Biblical Archaeology Review 28 (Noviembre-Diciembre 2002): 24-37; y 29 (Enero—Febrero 2003): 20-25.
22. James E. Strange y Hershel Shanks, “Synagogue Where Jesus Preached Found at Capernaum”, Biblical Archaeology Review 9 (Noviembre-Diciembre 1983): 24-31.
23. Gonzalo Báez-Camargo, Archaeological Commentary on the Bible (New York: Doubleday, 1984), p. 218.
24. New International Dictionary of Biblical Archaeology, s.v. “Crucifixion.”
25. D. H. Wheaton, “Pilate,” The Illustrated Bible Dictionary (Wheaton, IL: Tyndale, 1980), pp. 187, 188.
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